La creación artística y sus experiencias colectivas generan un impacto en el tejido social. A través de la co-creación en talleres colaborativos o con la realización de acciones/instalaciones en la calle emprendidas en entornos donde el espacio es emancipado, apropiado y resignificado con gestos. Acciones como las de la artista Cecilia Vicuña, una de las pioneras del arte conceptual eco-feminista, son reveladoras y comunican de una forma sorprendente. A través de poemas, textos razonados, esculturas ensambladas creadas con deshechos, performances e instalaciones site-specific art . Un sentido que nos remite a N. Bourriaud que habló de “La posibilidad de un -arte relacional- un arte que tomaría como horizonte teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social”.
A través de mi experiencia de comunicación cultural en la Asociación Comunina, advertí que la experimentación podía ser un medio de apertura a otras posibilidades de expresión artística en horizontes educativos. Y es que en un espacio de laboratorio y encuentro, el arte ofrece una superficie comunicativa como un velo traslúcido donde se filtran imaginarios, pigmentos, texturas. Un velo donde reconvertir y transmutar el dolor, el desarraigo, la fragmentación. Por ello re-visitando mi bitácora personal vuelvo a conectarme con el relato primordial del libro”El museo imaginario” de André Malraux, una obra que trasciende el espacio y el tiempo lineal. En el libro la importancia del ensayo/error se imbrica con las posibilidades aleatorias de combinación, re-significación, reciclaje. Un tratado en el que las imágenes surgen espontáneamente con la exploración de archivos y objetos. Solo con mirar, tocar, oler, se inicia un diálogo silencioso, intuitivo donde subyace la poética de los contenidos. En esa perspectiva me pregunto, ¿puede el proyecto expositivo de una colectividad, de un barrio, constituirse en un instrumento de desarrollo por medio de la comunicación de las memorias, al divulgar saberes, prácticas y producciones? Y es que es necesario mirar atentamente en espacios y contextos donde las personas también se exponen con la verdad y contundencia de sus relatos y narrativas resilientes. Con nuevos vínculos que generan nuevas preguntas, nuevos diálogos. Nina Simon en “The participatory museum” nos dice: “Imagínense mirar un objeto no por su significado artístico o histórico, sino por su capacidad para iniciar una conversación”. Sin embargo, cuando nos remitimos a un proyecto expositivo entendemos su impacto si es validado por la “institución” que presenta y muestra. Pero qué ocurre cuando desde el Estado se centraliza la promoción y exhibición de propuestas a unos pocos espacios sin identificar las necesidades de oferta cultural de los márgenes, en la “otra orilla”. Por ello no deja de ser atrevido y heroico cuando en un contexto de incertidumbre y de falta de incentivos, artistas solitarios y promotores independientes emprenden por su cuenta y riesgo, proyectos e iniciativas de intervención cultural desde la autogestión en territorios de exclusión. Son como voces diáfanas que fluyen en el espacio abigarrado de signos en un rizoma de secuencias superpuestas. O como espirales ondulantes que se mueven con el soplo de un poema. Y es que a través del arte-proceso se establecen re-significaciones entre objetos y nodos en conflicto en el modo de mirar, cuestionar, producir. Así, en un sentido paralelo, la incorporación de nuevas estéticas en el arte y la cultura ofrecen miradas contemporáneas que reconocen las conflictividades en el territorio en la búsqueda de horizontes que exploren imaginarios alternos. Donde las formas eclécticas interactúan, dialogan con resonancias en el capital simbólico. Construyen relatos visuales y los comunican ensayando indistintas posibilidades, haciendo frente a la exclusividad de grupos, prácticas y materiales dominantes. En espacios donde habitan migrantes, desplazados, personas racializadas y diversas, que emergen en las prácticas de producción artística a través de la deconstrucción. Es un proceso que nos invita a reflexionar sobre la complejidad de las realidades suscitando posibilidades re-interpretativas de los relatos estatutarios. Con relaciones de significado y pertenencia explorando memorias disruptivas en el recorrido a partir de grietas y escisiones en el cuerpo social, político, cultural. En una constante mutación y transformación en el entre, en el límite intermedio que trasciende a la frontera excluyente que etiqueta y separa al divergente. Porque en el acto de crear hay filamentos psíquicos en movimiento donde se desplazan imágenes, palabras, sonidos. La proximidad coexiste en la complejidad de un campo multidimensional de contenidos, donde todos y todas cabemos. Y donde la acción creadora nos cobija en una esfera protectora, cercana, luminosa que se desplaza por una cartografía móvil con matices profundos y contrastes. Un lugar interior desde donde resistir.